Y allí estaba. alegre y feliz al fin. Su cabello brillando al sol. Sonreía y jugaba con sus sobrinos como si nada hubiese pasado, como si aquellos años que había pasado postrada en cama, disfrutando de la vida solamente a través de la ventana de su habitación, nunca hubiese existido. Por fin era una persona totalmente despreocupada y feliz.
Y sobre todo sana. Su vida hasta ahora no había sido fácil. Había estado marcada por la enfermedad y yo había sido testigo de ello.
Viví desde la distancia como su cuerpo se iba deteriorando poco a poco y como su vida se convertía en una rutina de visitas al médico y reposo.
Necesitaba un corazón y lo necesitaba con urgencia. El suyo, posiblemente de tanto amor como ofrecía, estaba cansado y no funcionaba bien ya pesar de su juventud, vivía una vida retirada y gris, pues su estado no le permitía vivir la vida que necesitaba y merecía.
Para mí era una verdadera tortura verla así. Nos conocíamos casi desde que éramos niños y desde el primer momento, entre nosotros se estableció un fuerte vínculo que llegó a hacerse irrompible y que, por mi parte, llegó a convertirse en un profundo amor, aunque ella nunca llegó a saberlo.
Pero el destino nos tenía algo preparado que ninguno de los dos podríamos imaginar. Este nos uniría para siempre cuando, hace unos meses, mi vida dio un vuelco inesperado.
De vuelta de mi trabajo hacia casa, mi automóvil se paró de repente en mitad de la carretera. Era imposible conseguir que arrancase de nuevo, por mas que lo intentase. Decidí salir del coche y mirar en el motor para ver si veía en él algo extraño, aunque mis nociones de mecánica son bastante limitadas. Me apee del automóvil y de repente, todo mi mundo se volvió del revés. Una fuerte luz me cegó seguida de un golpe sordo. El tiempo parecía pasar muy lentamente y toda mi vida se mostraba ante mis ojos.
Ruido de sirenas, caos y dolor. Luces y caras extrañas me rodeaban hasta que de momento, todo se convirtió en oscuridad y paz.
Hoy estoy aquí, viendo como la mujer a la que amo y amaré siempre, vive sana y feliz, una vida a la que siempre tuvo derecho y de la que nunca pudo disfrutar, gracias a una parte de m ser, a un trozo de mi que ha permitido su libertad y su felicidad. Ha sido mi último regalo y hoy por fin puedo decir que ella verdaderamente es la dueña de mi corazón.
Mari Carmen Fernández Gonzáles 26 - 9 -2020
Triste, pero muy bonito.
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