El escultor miraba con atención el bloque de mármol, que acababa de recibir de su proveedor habitual. Aún no había “descubierto” que escondía ese trozo de piedra, cuando entró su aprendiz a comunicarle que había un posible cliente interesado en hablar con él.
Sin mucho interés, se apartó del trozo de mármol y se dirigió a hablar con aquel hombre que intuía, no tenía ningún interés por el arte y que solo querría conseguir una copia de alguna obra clásica que probablemente, habría visto en casa de algún amigo, para adornar su piscina o su jardín, pero estaba equivocado. El hombre quería una obra única, el producto de la inspiración de un artista y, para ello, lo había elegido a él.
El artista, sorprendido por la idea, acepto de buen grado. Pensó en el bloque de mármol que tenía en su taller y tras despedirse del cliente, se concentró en la idea. A pesar de intentarlo con tesón, la inspiración no llegaba. No le decía nada aquel trozo de mármol y decidió dejarlo estar.
Aquella noche no pudo dormir bien. Su sueño era agitado y ya de madrugada, se levantó de la cama y se dirigió a su taller, cogió sus herramientas y de manera febril, comenzó a trabajar .A la mañana siguiente ya tenía el bosquejo de la obra. Esta dejaba entrever la imagen de una mujer y el escultor seguía trabajando en ella sin descanso. Así paso varios días, desatendiendo su negocio, sus clientes e incluso su vida.
Sus aprendices le propusieron ayudarle en su obra pero el escultor, airado, se negaba despidiéndoles con cajas destempladas. Así siguió hasta que la escultura fue tomando forma y a medida de que la obra se iba completando más extraño era el comportamiento de su autor. Cuando estuvo casi terminada, decidió mantenerla cubierta para que nadie pudiese apreciar el resultado. “no quiero que nadie la vea hasta que no esté terminada” decía a todo aquel que quería verla.
Fueron pasando los días y la escultura parecía que no llegaba al punto de perfección que su autor buscaba. Ya no permitía que nadie le viera trabajar, ni siquiera sus propios alumnos y aprendices. No preparaba nuevos proyectos ni hacia caso a nuevos encargos, ni hacia nuevos clientes ni tampoco conservaba los antiguos.
Una mañana, se presentó el cliente que le había hecho el encargo para interesarse por él. El escultor le dijo que aún no estaba terminada que volviera dentro de unos días. Aquella noche, el escultor se quedó solo con su obra. Se acercó a ella y tiró del paño que la cubría, quedando al descubierto la imagen de una bellísima mujer. El escultor se acercó a ella y la besó en los labios, acarició con cuidado su brazo y fijo su mirada en los ojos de la imagen “te amo” le dijo “eres la única mujer a la que he amado y la única a la que no puedo tener, háblame y dime que tú también me amas”.
Consciente de lo imposible de su amor, el escultor abrió su mano y en su palma apareció un pequeño frasco que contenía un extraño líquido. Abrió dicho frasco y bebió su contenido de un sorbo. De repente cayó fulminado a los pies de la imagen. Sus ojos se fijaron en el rostro de la mujer y antes de morir pudo ver como una lágrima solitaria se deslizaba por su mejilla.
Mari Carmen Fernández González 17-10-2015
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