miércoles, 14 de octubre de 2015

EL DESVÁN

EL DESVÁN

“Es imposible. No pueden saber que están aquí”. La joven madre se dirige a la habitación de sus hijos. Sube la escalera y abre la puerta del dormitorio, intentando esconder el nerviosismo y el miedo que la atenaza. En la habitación, sus hijos juegan ajenos al peligro que les acecha y del que sólo su madre es consciente.
_¡Vamos niños! Hoy vamos a jugar a un juego divertidísimo y nuevo.
Los niños ilusionados, siguieron a su madre escaleras arriba hacia el desván. Allí, junto a su madre, esperaron en silencio pues esta les dijo que en eso consistía el juego. La joven madre, acurrucada junto a sus hijos en un rincón del desván, aguzaba el oído por si oía algo que le indicase si el peligro había pasado o seguía allí, pero no oyó nada. Animada por el silencio que parecía invadir la casa,y que parecía indicar que el peligro había pasado, se decidió a salir ella sola de su refugio, dejando allí a sus hijos.
-no salgáis de aquí. No abandonéis el desván por ningún motivo y, pase lo que pase, no hagáis ningún ruido, tengo que salir pero volveré pronto.
Salió sigilosamente, sin hacer  ruido, cerrando la puerta tras de sí. Los pequeños esperaron aturdidos, pues no sabían que estaba ocurriendo. De repente se oyeron pasos, pisadas rápidas y fuertes que seguían a otras más livianas, ruidos de muebles que se movían, sillas y otros objetos que caían al suelo rompiéndose con estrépito, y al final un grito desgarrado y el sonido de algo pesado al caer. Tras esto silencio, un silencio que inundó toda la casa. Los pequeños, asustados, no se movieron del rincón. El tiempo pasaba y su madre no volvía. Asustados se miraban unos a otros sin comprender nada. El tiempo pasaba y llegó la noche, cansados de esperar y agotados se rindieron al sueño.
Los días iban pasando y los niños seguían en el desván, sin atreverse a desobedecer los consejos de su madre, pero el aburrimiento empezaba a hacer mella en ellos. Más confiados comenzaron a jugar y, movidos por la curiosidad, removieron cajas y abrieron viejos baúles. Uno de los chicos tiró de una sábana que cubría algo muy grande. Al caer el paño, apareció el cuadro de una mujer. La imagen representaba a una mujer joven, de gran belleza, que parecía mirarle sonriente. El chico lo miró sin interés, y se marchó para jugar con el resto de sus hermanos. Los días pasaban y las provisiones que su madre había llevado consigo también. Los más pequeños lloraban a causa del hambre y el mayor de los hermanos rebuscó en la cesta donde su madre había llevado algo de comida, pero no quedaba nada, desilusionado sacó la mano vacía, dirigió de forma inconsciente sus ojos hacia el cuadro de la joven dama y algo llamó su atención. Los ojos de la joven parecían brillar como si tuvieran vida.
Una mano, suave y etérea acarició la del niño. Cuando este, sobresaltado miró hacia donde venía la caricia, vio que la dama del cuadro estaba a su lado y sin  decirle nada, colocó un paquete en su mano. El niño abrió el paquete y encontró dentro algo de alimento y agua, miró hacia donde estaba la mujer pero esta había desaparecido.
Días más tarde, el padre de los pequeños acompañado de las fuerzas del orden, apareció en la casa. Había estado fuera por motivos de trabajo y le había extrañado mucho no haber tenido noticia de su esposa ni de sus hijos desde hacía demasiado tiempo y temía por ellos.
Al llegar a la casa sus temores se vieron confirmados. La casa estaba abierta, muebles y otros enseres destrozados y desordenados por el suelo y todo sumido en un profundo silencio. Al llegar a la escalera su ánimo se hundió, allí, al pie de la escalera, estaba el cadáver de su esposa. Temió por sus hijos. Desesperado los buscó por todas las habitaciones de la casa, gritando sus nombres. No tenía esperanzas de encontrarlos con vida, pues habían pasado demasiado tiempo solos y eran demasiado pequeños. Se dejó llevar y, sin esperanza, deambuló por la casa. Sus pasos le llevaron de una forma inconsciente hasta el desván y allí algo le hizo reaccionar, su corazón le dio un vuelco porque, sin saber cómo, al tocar el pomo de la puerta sintió un hálito de esperanza. Temeroso lo giró y allí, de espaldas a la puerta, estaban sus hijos sentados frente a un cuadro que representaba a una joven dama.
Los pequeños, al ver a su padre, corrieron a su encuentro, este los abrazó con alegría sin explicarse aún cómo habían podido sobrevivir sus hijos en aquellas circunstancias.
-¡Hijos ya todo ha acabado¡ Ya no estaréis solos nunca más.
Cuando preguntó a sus hijos como habían podido sobrevivir solos tanto tiempo, estos le contestaron:
-No hemos estado solos, la abuela ha estado con nosotros todos estos días.

Y el más pequeño señaló el retrato de la joven.

Mari Carmen Fernández González       14-10-2015





No hay comentarios:

Publicar un comentario