EL DESVÁN
“Es imposible. No pueden saber que están aquí”. La joven madre se dirige a
la habitación de sus hijos. Sube la escalera y abre la puerta del dormitorio,
intentando esconder el nerviosismo y el miedo que la atenaza. En la habitación,
sus hijos juegan ajenos al peligro que les acecha y del que sólo su madre es
consciente.
_¡Vamos niños! Hoy vamos a jugar a un juego divertidísimo y nuevo.
Los niños ilusionados, siguieron a su madre escaleras arriba hacia el
desván. Allí, junto a su madre, esperaron en silencio pues esta les dijo que en
eso consistía el juego. La joven madre, acurrucada junto a sus hijos en un
rincón del desván, aguzaba el oído por si oía algo que le indicase si el peligro había pasado o seguía allí, pero no oyó nada. Animada por el silencio que
parecía invadir la casa,y que parecía indicar que el peligro había pasado, se
decidió a salir ella sola de su refugio, dejando allí a sus hijos.
-no salgáis de aquí. No abandonéis el desván por ningún motivo y, pase lo
que pase, no hagáis ningún ruido, tengo que salir pero volveré pronto.
Salió sigilosamente, sin hacer ruido, cerrando la puerta tras de sí.
Los pequeños esperaron aturdidos, pues no sabían que estaba ocurriendo. De
repente se oyeron pasos, pisadas rápidas y fuertes que seguían a otras más
livianas, ruidos de muebles que se movían, sillas y otros objetos que caían al
suelo rompiéndose con estrépito, y al final un grito desgarrado y el sonido de
algo pesado al caer. Tras esto silencio, un silencio que inundó toda la casa.
Los pequeños, asustados, no se movieron del rincón. El tiempo pasaba y su madre
no volvía. Asustados se miraban unos a otros sin comprender nada. El tiempo
pasaba y llegó la noche, cansados de esperar y agotados se rindieron al sueño.
Los días iban pasando y los niños seguían en el desván, sin atreverse a
desobedecer los consejos de su madre, pero el aburrimiento empezaba a hacer
mella en ellos. Más confiados comenzaron a jugar y, movidos por la curiosidad,
removieron cajas y abrieron viejos baúles. Uno de los chicos tiró de una sábana
que cubría algo muy grande. Al caer el paño, apareció el cuadro de una mujer.
La imagen representaba a una mujer joven, de gran belleza, que parecía mirarle
sonriente. El chico lo miró sin interés, y se marchó para jugar con el resto de
sus hermanos. Los días pasaban y las provisiones que su madre había llevado
consigo también. Los más pequeños lloraban a causa del hambre y el mayor de los
hermanos rebuscó en la cesta donde su madre había llevado algo de comida, pero
no quedaba nada, desilusionado sacó la mano vacía, dirigió de forma
inconsciente sus ojos hacia el cuadro de la joven dama y algo llamó su
atención. Los ojos de la joven parecían brillar como si tuvieran vida.
Una mano, suave y etérea acarició la del niño. Cuando este, sobresaltado
miró hacia donde venía la caricia, vio que la dama del cuadro estaba a su lado
y sin decirle nada, colocó un paquete en
su mano. El niño abrió el paquete y encontró dentro algo de alimento y agua,
miró hacia donde estaba la mujer pero esta había desaparecido.
Días más tarde, el padre de los pequeños acompañado de las fuerzas del
orden, apareció en la casa. Había estado fuera por motivos de trabajo y le
había extrañado mucho no haber tenido noticia de su esposa ni de sus hijos
desde hacía demasiado tiempo y temía por ellos.
Al llegar a la casa sus temores se vieron confirmados. La casa estaba
abierta, muebles y otros enseres destrozados y desordenados por el suelo y todo
sumido en un profundo silencio. Al llegar a la escalera su ánimo se hundió,
allí, al pie de la escalera, estaba el cadáver de su esposa. Temió por sus
hijos. Desesperado los buscó por todas las habitaciones de la casa, gritando
sus nombres. No tenía esperanzas de encontrarlos con vida, pues habían pasado
demasiado tiempo solos y eran demasiado pequeños. Se dejó llevar y, sin
esperanza, deambuló por la casa. Sus pasos le llevaron de una forma
inconsciente hasta el desván y allí algo le hizo reaccionar, su corazón le dio
un vuelco porque, sin saber cómo, al tocar el pomo de la puerta sintió un
hálito de esperanza. Temeroso lo giró y allí, de espaldas a la puerta, estaban
sus hijos sentados frente a un cuadro que representaba a una joven dama.
Los pequeños, al ver a su padre, corrieron a su encuentro, este los abrazó
con alegría sin explicarse aún cómo habían podido sobrevivir sus hijos en
aquellas circunstancias.
-¡Hijos ya todo ha acabado¡ Ya no estaréis solos nunca más.
Cuando preguntó a sus hijos como habían podido sobrevivir solos tanto
tiempo, estos le contestaron:
-No hemos estado solos, la abuela ha estado con nosotros todos estos días.
Y el más pequeño señaló el retrato de la joven.
Mari Carmen Fernández González 14-10-2015
Mari Carmen Fernández González 14-10-2015
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