Querido diario:
Me acerco de nuevo a ti pues hasta ahora, no he tenido fuerzas para hacerlo.
Tras la muerte de María, decidí dejar mi trabajo y dedicarme a algo que llenase mi vida. Gracias a un buen amigo, he entrado como voluntario en un colegio para niños inadaptados. Allí encontré un niño que llamó mi atención. Estaba en un rincón, solo y parecía desorientado como si estuviera fuera de lugar, pregunté al director por él pues, había llamado mi atención,y este me comentó que Ángel era un chico especial. Decidí acercarme a él y le dije.
-Hola,¿te llamas Ángel?
Me miró como si le sorprendiese que me dirigiera a él y a la vez lo esperara y me contesto:
-Mi nombre no es Ángel. Yo soy un ángel y estoy aquí para ayudar a todo aquél que necesite mi ayuda ¿la necesitas tú?
Su respuesta me sorprendió muchísimo. Desconcertado le sonreí, no sabia que contestarle. Aquella noche en casa medité su respuesta y me dí cuenta que ese chico tenía algo especial. Al día siguiente tomé la decisión de convertirme en su padre de acogida.
Nos marchamos a casa y los días fueron pasando sin problemas. Yo aceptaba sus rarezas como la de hacer cortes en la espalda de sus prendas de vestir o la de no usar nunca mochila, pues decía que eso le inpediria extender sus alas cuando las necesitara sin problemas, pero, en el colegio no ocurría lo mismo, sus compañeros se burlaban de él, se reían de sus rarezas y ello provocaba problemas, esto llamó la atención del director quien me comentó que el problema de Ángel llevaba visos de ser preocupante, que tenia que ser evaluado de nuevo y que, posiblemente, tendría que volver al colegio.
Cuando llegué a casa hablé con el. Le comenté que debía dejar esas ideas a un lado, que no era un ángel y que tenía que aceptar el hecho de que era un chico normal, como todos, si no quería tener problemas.
El día de la evaluación entró sólo en una sala. Me quedé esperando afuera, mordiéndome las uñas de impaciencia pues nos jugábamos mucho. Perdí la cuenta de los cigarrillos que me había fumado o cuando la puerta se abrió y apareció Ángel. Nos dirigimos a la salida en silencio pues yo no me atrevía preguntarle nada.Cuando entramos en el coche no pude contener mi ansiedad y le pregunté qué le había contado al tribunal y me contestó:
-Le dije lo que querían oír.
Hoy Ángel es un chico que juega y estudia como cualquier chico de su edad, aunque sigue con su idea de que es un ángel.
No se si lo será o no. Para los demás quizás no lo sea, pero para mi si que lo es, pues ha conseguido desterrar mi tristeza y darme una razón para vivir.
Mari Carmen Fernández González 27-10-2015