Pablo salió de la cafetería. Se abrochó su abrigo y, con las manos en los bolsillos, se dirigió calle abajo alejándose de aquél lugar. Acababa de quedar para tomar un café con la que hasta ese momento había sido su novia para enterarse, sin sospecharlo siquiera, que ella había decidido terminar su relación. Medio entristecido medio aliviado continuó caminando pensando en aquella relación que no había llegado a nada, cuando de repente tropezó con alguien. El golpe hizo que la otra persona se tambalease y hubiese caído al suelo, si Pablo no la hubiese sujetado, al mirarla se dio cuenta de que era una joven.
-¡Uf! Lo siento iba distraído.
-No se preocupe, yo también iba con prisa y tampoco le he visto.
-Soy Pablo.
-Yo soy Sofía.
La chica era atractiva y parecía simpática. Decidió que sería interesante conocerla. Además en esos momentos necesitaba desconectar y no pensar en el desengaño que acababa de sufrir y esa chica le pareció la excusa perfecta. Decidió invitarla a tomar un café a lo que ella aceptó.
Pablo, a medida que la iba conociendo más se interesaba por ella. Le agradaba cada vez más y la consideraba de lo más interesante a medida que el tiempo pasaba, por lo que sería agradable mantener con ella una relación al menos de amistad y volvió a quedar con ella.
Estas citas fueron haciéndose cada vez más frecuentes y Pablo poco a poco se fue sintiendo cada vez más atraído por Sofía tanto que pronto llegó al punto en que se dio cuenta de que le encantaba estar con ella y que la echaba muchísimo de menos cuando estaban separados. Un día decidió liarse la manta a la cabeza y cuando se encontraron, como todas las tardes, en la cafetería de siempre a tomar un café después del trabajo, Pablo le declaró a Sofía sus sentimientos.
Con el alma en pie, Pablo esperó la reacción de Sofía. Esta, al escuchar la proposición de Pablo, levantó lentamente los ojos de su taza de café y clavó su mirada en los ojos de su acompañante. Pablo no sabía a qué atenerse. Le devolvió la mirada a la chica y vio en sus ojos un reflejo de sonrisa y escuchó como esta aceptaba su proposición de ir a vivir juntos.
Así lo hicieron. Su relación era perfecta. Se amaban tanto que pasaban la mayor parte del tiempo que tenían libre juntos en su apartamento charlando, riendo o haciendo el amor. Todo iba de maravilla entre ellos pero no así con todo lo demás. La relación de Pablo con su familia y amigos empezó a deteriorarse, pues no comprendían su relación con Sofía. Decían que tenía que aceptarlo, pasar página y seguir su vida. Pablo no entendía a que se referían. Su relación con Sofía iba muy bien, no había sido más feliz en su vida y se sentía pleno. Decidió dejar a un lado su mundo anterior y compartir su vida solamente con Sofía.
Así fueron pasando los meses y un día alguien llamó a su puerta. Su sorpresa fue mayúscula cuando tras ella, encontró a su hermano Miguel. Hacía mucho tiempo que no se veían pues, por motivos de trabajo vivan en ciudades diferentes. Le invitó a pasar y vio en su rostro que algo grave pasaba. Miguel miró a su hermano con mirada grave y le preguntó:
-Pablo ¿Por qué no salimos a dar un paseo?
-está bien- contestó su hermano –pero antes avisare a Sofía de que me marcho de casa.
-No hace falta que hagas eso Pablo, Sofía no está aquí.
-como que no. Mírala está ahí junto a la ventana, mirándonos.
Allí no hay nadie Pablo, Sofía no está, Sofía murió en un accidente de tráfico hace un mes.
-No puede ser, Sofía está ahí, Mírala.
Se volvió hacia el lugar donde sabía que la encontraría y lo que vio fue demoledor. Sofía estaba allí, de pie, mirándole fijamente pero sus ropas, poco a poco se fueron cubriendo de sangre y su cuerpo de heridas, de sus ojos escapó una lágrima que corría por su mejilla.
Pablo, conmocionado, se acercó a ella y con su mano enjugó esa lágrima. Sofía cogió su mano y la aparto de su rostro con cariño, acercó sus labios a los suyos y le besó con un beso que sabía a despedida, Su mano se fue deslizando de la suya y poco a poco se fue alejando mientras su imagen se desvanecía.
El golpe para Pablo fue demoledor. No podía ser cierto. Ese mes lo habían pasado juntos en aquella casa donde habían compartido tanto y habían sido tan felices. No quería creer a su hermano pero tenía que rendirse a la evidencia, la mujer que amaba estaba muerta y su amor era imposible, sin esperanza pero aun así, el la amaría y esperaría siempre.
Mari Carmen Fernández González 17 - 4 - 2015