miércoles, 29 de julio de 2020

EL KIMONO ROJO

Li Ying estaba radiante. Se acercaba el día de su boda . Ya solo faltaba un mes para que este acontecimiento llegase, y ella no podría estar más feliz.
Sintió como se abría la puerta de su cuarto y en el umbral  apareció su madre con algo en sus manos. Era una caja de cedro con incrustraciones de nácar, de un tamaño mediano. La depositó en el suelo y le dijo que la abriese. Li ying así lo hizo y dentro encontró algo que le sorprendió muchísimo; era un fardo de seda roja que, al desplegarlo, se convirtió en un maravilloso kimono,  de una calidad y exquisitez maravillosa.
- Esta es nuestra reliquia familiar más valiosa y preciada - le dijo su madre - Con este kimono han contraído matrimonio todas las mujeres de nuestra familia, pasando de una a otra a través de generaciones. Ahora te toca a ti llevarlo.
Li Yung no supo que decir. Estaba muy sorprendida, pues hasta ahora no había tenido noticia de la existencia de aquel kimono, ni siquiera de la tradición familiar a la que estaba ligado.
Su madre recogió el kimono de las manos de Li Ying  y lo devolvió, cuidadosamente doblado, a su caja.
Fueron pasando los días y Li Ying solo pensaba en la ceremonia de su boda. Se imaginaba toda la aldea engalanada, como ocurría cada vez que se celebraba un acontecimiento de esa índole, a sus amigos, parientes y vecinos acompañándola y, sobre todo, a su prometido junto a ella, ataviada con su flamante kimono de seda roja. Pero este sueño duró poco. Varios jinetes llegaron a la aldea. Eran king Yu junto a sus hombres. Habían llegado como siempre para robar y saquear todo lo que encontraran a su paso, sobre todo en aquellas aldeas donde sabían que solo encontrarían aldeanos poco versados en el arte de la guerra,  que no opondrían resistencia alguna y donde les seria fácil el pillaje y el saqueo. Llegaron arrasando con todo y llevándose todo lo que creían que tenía algún valor además de víveres, sin ningún respeto por los aldeanos que allí vivían.  
Entraron en sus casas, destrozaron lo que consideraban de poco valor, buscando tesoros que nunca encontraban, ya que aquellos aldeanos eran agricultores pobres.
Kin Yu entró en la casa de la familia Li y encontró pocas cosas de valor . Frustrado, se dirigió al fondo de la casa y abrió la puerta de lo que parecía el aposento privado de uno de sus miembros . No había nada de especial valor excepto una caja de madera noble ricamente tallada y con incrustaciones 
de nácar. Esto llamó su atención. Se acercó a ella y paseó sus dedos suavemente por su tapa y la abrió.
Lo que encontró en ella lo dejo maravillado. Dentro había un kimono de seda roja. 
El tejido era suave al tacto y de una calidad superior. Además, estaba adornado con una serie de bordados de una exquisitez absoluta. Dándose cuenta de que había encontrado un tesoro de gran valor, lo devolvió a la caja con gran cuidado.
Li Yung y su madre vieron con horror como King Yu salía de la habitación con la caja de cedro bajo el brazo y que, con una mirada de desprecio y superioridad, se marchaba, llevando con él el kimono.
Ambas miraron al suelo y cayeron de rodillas llorando mientras el bandido montaba en su caballo y se marchaba con su preciada reliquia sobre su grupa.
Li Ying estaba desilusionada y triste. Su madre había caído en un estado de desesperación y tristeza enorme, tras la pérdida de aquel kimono. Pensaba que debía de haberlo cuidado y defendido con su vida, si hubiese sido necesario y aunque sabía que con ello solo hubiera conseguido su muerte, el dolor y el remordimiento la atenazaban cruelmente. Su hija ya no podría desposarse con aquel kimono y por ello no tendría la protección de sus antepasados que le permitiría tener un matrimonio próspero y feliz.
Li Ying no podía ver a su madre tan abatida. se dirigió hacia el hogar de sus antepasados y se arrodilló suplicante frente a ellos. Pidió perdón por no haber protegido aquel kimono que se había convertido en una reliquia familiar y haber permitido que fuera profanado por las manos de aquel bárbaro sin haber hecho nada por evitarlo. Lloró amargamente ante ellos, demostrando así que su arrepentimiento era sincero.
Aquella noche Li Ying tuvo un sueño muy agitado. Soñó que la puerta de su dormitorio se abría y que, a través de ella cruzaba una mujer. Su aspecto era borroso y sus ropas eran antiguas aunque bien conservadas. Parecía que, mas que andar flotase sobre el suelo. En sus manos llevaba algo brillante que depositó sobre el suelo junto a su estera y desapareció a través de la puerta de la misma forma que había llegado. A la mañana siguiente Li Ying  despertó recordando el extraño sueño que había tenido aquella noche. Al levantarse vio algo que la dejó totalmente sorprendida y sin aliento, pues pudo ver que junto a su cama se encontraba el kimono rojo.


Mari Carmen Fernández González      29 - 7 - 2020


domingo, 12 de julio de 2020

ISABEL

Miraba como, con aire indolente y tranquilo, leía una nota que sujetaba entre sus manos y no podía apartar sus ojos de ella.
Isabel era una joven bella y despreocupada, que viva junto a sus padres en el castillo que había pertenecido a su familia desde que ella recordara y ahora, paseaba por el claustro que rodeaba el jardín, lentamente recreándose en la lectura.
Desde el extremo opuesto de la galería, Galván la miraba con ojos de enamorado. La amaba desde que la vio por primera vez en el salón del castillo, sentada junto a sus padres, aquel día en el que llegó al castillo como trovador, para recitar sus canciones y trovas, a cambio de unas monedas, alojamiento y comida.
En ese momento, su corazón quedó cautivado por aquella joven que, inocente le miraba y escuchaba sus canciones, sin ser consciente de como su gracia y belleza hacía vibrar el corazón del joven trovador.
La miraba consciente de que su amor era imposible, pues aunque sabía que su amor era correspondido, sería imposible que este llegara a buen fin, pues su padre nunca consentiría que su hija se uniera a un trovador sin linaje y que no pertenecía a la nobleza; pero aunque sabía que su amor nunca  llegaría a nada, mientras Isabel viviese bajo el techo de sus padres, él podría verla a diario y con eso se conformaba.
Pasó el tiempo e Isabel se convirtió en una expendida mujer. Su padre la miraba con orgullo, pues se había convertido en una joven virtuosa y bien preparada para el matrimonio. Había llegado el momento de prometerla con un noble que la cuidase y le diese una buena vida y al que ella correspondería con hijos varones. Ya había elegido un un marido para ella y así se lo comunicó una tarde en el jardín donde el trovador acudía al atardecer para verla y disfrutar de su compañía.
Isabel recibió la noticia con resignación y obediencia. Acataría los deseos de su padre, pues había sido educada para ello y sabía que ese era su destino. Cuando su padre se marchó, Isabel se sentó en uno de los bancos de piedra que rodeaban el jardín y reflexionó sobre lo que le habia comentado su padre. No conocía al caballero a quien su padre había elegido como su esposo pero, aunque acataría su voluntad sin reservas, le invadió una gran tristeza, Tendría que abandonar todo lo que conocía y donde se sentía segura y amaba, su casa, su familia y amigos y sobre todo a su trovador, su amado trovador quien con sus poemas y canciones, le había robado el corazón y se había adueñado de su ser. se separaría de él para siempre aunque nunca se podría romper ese lazo invisible que los ataba.
Llegó el día que Isabel partiría para reunirse con su futuro marido. Desde las almenas del castillo Galván vió como, sobre su corcel, Isabel atravesaba eñ portón del castillo y se alejaba acompañada de  un séquito que la escoltaría durante su camino. Vió  como se alejaba y fue consciente de que esa separación sería definitiva, que su amor, en ese momento se alejaba y sintió como su corazón se rompía en mil pedazos.
Sabía que este momento llegaría pero no por sabido, el momento sería menos doloroso. Bajó la vista para no ver como su amada se perdía en el horizonte.

Mari Carmen Fernádez González              12 - 20 - 2020


lunes, 6 de julio de 2020

ALONDRA

Sentada en el alfeizar de su ventana, Alondra miraba a través de los cristales pero no tenía su vista fijada en nada en especial. Su visión se perdía sobre aquel vasto terreno, que se extendía hacia el horizonte y se perdía en él.
Escondió sus pies descalzos bajo su vestido de seda y apoyó su cabeza en el cristal. Su mente se alejó de aquel lugar y regresó tiempo atrás cuando era libre, cuando vivía con los suyos recorriendo los caminos, de pueblo en pueblo, viajando por tortuosos caminos, en destartalados carromatos de madera, para llevar un poco de alegría y diversión a las gentes de los pueblos por donde pasaban.
Alondra era gitana y como tal, llevaba la libertad en la sangre, corría por sus venas y era su razón de vivir. Ahora vivía de modo diferente por voluntad propia, pero echaba de menos viajar de pueblo en pueblo y dormir bajo las estrellas, ya que ese era el precio que tenía que pagar por haber hecho caso a sus sentimientos y seguir a su corazón cuando este salió detrás de un joven caballero del que se enamoró perdidamente.
Alondra lo dejó todo por él.Dejó su familia, su modo de vida y su libertad, siendo esto último lo que más echaba de menos.
Desde el marco de la puerta de aquella habitación ,un hombre joven la miraba atento. Tuvo que rendirse a la evidencia. Todas aquellas atenciones y regalos y, sobre todo su amor no era suficiente, Alondra se marchitaba, se ahogaba entre esas cuatro paredes pues necesitaba la libertad para vivir, para respirar.
Se acercó a la joven gitana y le acarició el rostro con su mano. Ella le devolvió la caricia, pero sin dejar de mirar a través de los cristales de su ventana, él sabía cual era la solución debía dejarla ir y con un gran dolor que le atenazaba el corazón, propuso a Alondra que volviera con los suyos.
Le dijo que la amaba muchísimo, que la amaría siempre y que su marcha le partiría el corazón, pero que un espíritu libre como el suyo no podía vivir encerrado y salió de la habitación.
Alondra sorprendida se levantó y paseó su mirada por la lujosa habitación que le había pertenecido durante meses, pero que ella nunca había sentido como parte de su mundo. Se deshizo de su elegante vestido de seda y volvió a vestirse con sus ropas burdas y coloridas. Se soltó el cabello y lo sujetó con su pañuelo de monedas, se colocó todos sus abalorios menos el collas de cuentas de su madre. Dejó este sobre la mesa, junto a una pequeña nota que decía: "Mi corazón tuyo siempre"y se marchó.
Alondra se sintió revivir cuando sus pies descalzos tocaron la hierba de nuevo . Atravesó corriendo el terreno verde que rodeaba la casa y que tantas veces había contemplado detrás de los cristales de su ventana y salió a campo abierto hacia la libertad.


Mari Carmen Fernández González  6 - 7 - 2020