Todos se sobresaltaron, pues era muy tarde y vivian lo suficientemente apartados del pueblo como para que nadie se hubiera acercado asta allí a aquellas horas.
-Será que se ha perdido- pensó el molinero que se levantó y se dirigió a abrir la puerta.
Cuando la abrió, se encontró con un anciano que le pidió cobijo por esa noche pues estaba cansado y se había perdido.
El molinero al verlo, se apiadó de él pues parecía cansado y enfermo. Se veía demacrado y con su cabello, largo y blanco y cayendo a mechones sobre sus hombros, tenía el aspecto de haber viajado mucho.
El molinero le invitó a pasar a su humilde casa y le ofreció algo de comer. El anciano rechazó su comida y se sentó junto al fuego. Así se quedó mientras la familia comía y más tarde, cuando hubieron cenado,se sentaron junto al anciano. Le preguntaron su nombre y si venía de muy lejos a lo que el anciano contestó que no, pero que llevaba mucho tiempo viajando y que, aunque ya estaba cansado, a su viaje aún le quedaba tiempo para terminar pues no podía dejar de viajar hasta encontrar lo que buscaba, y que hasta entonces no podía descansar.
A la mañana siguiente, cuando el molinero despertó, el anciano estaba con la mirada perdida junto a la ventana. Tenía el mismo aspecto cansado que el día anterior pero ahora parecía diferente. Algo había cambiado en él. Su aspecto era más liviano, menos nítido y cuando lo iluminaba la luz del sol, que entraba por la ventana, parecía casi transparente,
-será cosa de la luz- pensó el molinero y no le dió más importancia .El anciano recogío su bastón y se despidió de la familia del molinero diciendo que debía seguir su camino y se marchó.
Al cabo de unos días, el molinero bajó al pueblo y pasó por delante de la misma casa que había visto tantas veces y como siempre, le provocó la misma extraña sensación. Intrigado por este hecho, decidió preguntar a a los vecinos quien vivía en ella, aunque por su aspecto parecía deshabitada. Le contaron que aquella casa llevaba cerrada mucho tiempo y que había pertenecido a un acaudalado caballero, quien hacía muchos años la noche del 31 de diciembre, había perdido a su hija en una ventisca. Nunca se encontró a la joven pero su padre jamás dejó de buscarla hasta el fin de sus días. En ese momento se abrió una de las ventanas de la casa y el molinero miró sobresaltado hacia el lugar. Colgado en la pared, frente a la ventana estaba el retrato del dueño de la casa.
El molinero se quedó helado de repente pues el hombre que lo miraba desde el retrato en la pared, que había muerto hacía tantos años, era el mismo hombre que había estado en su casa la noche anterior.
Mari Carmen Fernández González. 31 - 10 - 2014
Mari Carmen Fernández González. 31 - 10 - 2014