Cuentan que en un lugar perdido, apartado de todas las sendas, y en lo más profundo del bosque, se encuentra la cascada de las hadas. Allí estos seres de luz, se reúnen para descansar y protegerse de los rigores del invierno, esperando a que vuelva la primavera para poder iluminar el bosque, procurando su vuelta a la vida, el nacimiento de las flores y el renacer de todo lo bello.
Un día, un joven cazador, siguiendo a una presa a la que quería dar caza, se adentró en el bosque. Cuando se dio cuenta estaba perdido. Se encontraba en una zona del bosque que no conocía y en la que nunca había estado, cosa extraña pues era un consumado cazador y conocía el bosque a la perfección o eso creía.
Desorientado deambuló por un entramado de árboles y maleza, que cada vez se hacía más y más espesa y que le alejaba del camino sin que él se diese cuenta.Cuando estaba totalmente desorientado y había perdido toda esperanza de salir de allí, llamó su atención un sonido suave y tranquilizador, como de agua fluyendo, y se dirigió hacia ese lugar.
Cuando llegó a su destino, se quedó maravillado. Allí, en la parte más profunda del bosque, se escondía un lugar paradisíaco. Una hermosa cascada caía sobre un remanso de agua pura y cristalina, rodeada de la vegetación más hermosa que había visto jamás y en la que unos seres brillantes y diminutos, revoloteaban y jugaban entre las flores que lo rodeaban.
Escondido entre la maleza, el cazador miraba sorprendido aquél cuadro, intentando que no le descubrieran pero fue inútil, ante sus ojos apareció de repente uno de aquellos seres que dirigiéndose a él, le invitó a unirse a ellos. El cazador, sorprendido, aceptó y entró en ese mundo marvilloso donde las pequeñas hadas vivían.
Allí estuvo con ellas, disfrutando de la naturaleza y de todo lo que ese mundo mágico le ofrecía, sin tener noción del paso del tiempo.
Cuando empezó a oscurecer, se dio cuenta de que debía volver con los suyos y le pidió a las hadas que le ayudaran a encontrar el camino de regreso, a lo que las hadas le contestaron que eso era imposible, que quien descubría esa zona del bosque y tenia contacto con ellas, no podría volver con los suyos, ya que se había convertido en parte de él.
El joven cazador se sorprendió muchísimo al oír aquello y más aún al descubrir cómo sus pies se hundían en el suelo del bosque, transformándose en raíces y como sus brazos ahora eran ramas sobre las que se posaban los pájaros. El cazador había dejado de ser un ser que deambulaba por el bosque para convertirse en parte de él.
Mari Carmen Fernández González 4 - 2 - 2015
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